Estudiantes protestando en contra de los recortes al gasto federal en educación superior, en Curitiba, Brasil. Credit: Rodolfo Buhrer/Reuters

The New York Times
15 de junio de 2019

by Vanessa Barbara
Contributing Op-ed Writer

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SÃO PAULO, Brasil — De acuerdo con el presidente Jair Bolsonaro, la educación brasileña deja mucho que desear. “Todo va cada vez más cuesta abajo”, dijo el mes pasado a periodistas durante un viaje a Dallas. “Queremos salvar la educación”.

Este parecería un argumento razonable si Bolsonaro anunciara, por ejemplo, un nuevo plan de educación o un aumento sustancial en el gasto dirigido a las escuelas públicas. Sin embargo, por el contrario, el mandatario estaba aludiendo a un “congelamiento” de 1500 millones de dólares al presupuesto para la educación en Brasil —el gobierno insiste en llamarlo así, en vez del recorte que es; esto se debe, en teoría, a que los fondos quedarán disponibles cuando mejore la situación económica—. Estos recortes representan un 30 por ciento de los presupuestos discrecionales —los cuales cubren los pagos de los servicios, las becas, la limpieza, el mantenimiento y la seguridad, entre otras cosas— para todas las universidades federales.

Los recortes podrían tener impactos concretos muy pronto. Una de las universidades más antiguas del país, la Universidad Federal de Paraná, tiene tan solo cien días antes de verse obligada a cerrar sus puertas porque no puede pagar el agua ni la electricidad. El gobierno también ha suspendido todas las becas futuras para investigación en maestría y doctorado.

El recorte no se ha limitado a la educación superior: el financiamiento de bachilleratos, de la educación primaria e incluso de las guarderías también se ha visto muy afectado.

No obstante, la situación es más extrema para las universidades federales, escuelas que en las últimas décadas se han ganado un lugar respetable dentro de la educación brasileña, pues ofrecen cursos de alta calidad sin pagos de colegiatura para más de un millón de estudiantes. En otras palabras, el primer paso en el plan de rescate de Bolsonaro es lanzar a unos pocos sobrevivientes por la borda.

Sin embargo, ese es tan solo un ejemplo de la lógica absurda de nuestro presidente. En esa misma ocasión en Dallas, a Bolsonaro le preguntaron sobre las decenas de miles de brasileños, muchos de ellos estudiantes, que se han reunido para protestar en contra de los recortes a la educación. Los llamó “imbéciles e idiotas inútiles”, y agregó que no tenían nada en la cabeza. “Si les preguntan cuál es la fórmula del agua, no la saben”.

Esto lo dijo un hombre que alguna vez confesó nunca haber leído una novela en su vida (para ser justos, esto lo comentó en una entrevista hace veintinueve años, después de ser elegido al congreso. Desde entonces, ha tenido tiempo para leer al menos a todos los rusos, y estoy segura de que lo ha hecho). Este mismo hombre también declaró, después de su visita al monumento conmemorativo oficial del Holocausto en Israel, que el nazismo era un movimiento de izquierda, pues el Partido Nazi tenía la palabra “socialista” en su nombre.

Una mujer protestando el mes pasado en Río de Janeiro por los recortes al presupuesto de educación. Credit: Mauro Pimentel/Agence France-Presse — Getty Images

Para Bolsonaro, como para muchos líderes políticos de la actualidad, un “imbécil” es cualquier pensador poco práctico. Dentro de este grupo se encuentran todas las clases de idealistas —socialistas, ambientalistas, pacifistas— y también las personas cuyos trabajos no produzcan nada tangible o rentable, como los profesores de Humanidades o los artistas. Como era de esperarse, en abril, Bolsonaro tuiteó que el gobierno estaba considerando retirar el financiamiento público de los cursos de Filosofía y Sociología. En cambio, iba a concentrar su gasto en áreas que crean “ganancias inmediatas para los contribuyentes”, como la Ciencia Veterinaria, la Ingeniería y la Medicina.

Tal desprecio por las humanidades es un error evidente. Si alguien necesita cursos básicos de retórica y filosofía, es nuestro presidente, quien, frente a los reporteros, parece incapaz de cumplir los más mínimos estándares de razonamiento. A menudo, responde sus preguntas con lugares comunes lanzados al azar, de una manera tan confusa como quien está leyendo un apuntador electrónico borroso y lejano. Luego, invoca un pasaje de la Biblia (“Y conocerán la verdad y la verdad los hará libres” es una de sus favoritas) o alguna trivia fuera del lugar que no tiene casi nada que ver con el tema por tratar (suele recurrir al hecho de que el estado de Texas no recauda un impuesto sobre la renta). Si todo lo demás no funciona, desacredita la pregunta, el medio informativo e incluso al periodista.

Uno se podría preguntar, ¿cuál es la formación de este hombre? En 1977, Bolsonaro se graduó de la Academia Militar das Agulhas Negras, la cual ofrece una “sólida formación en ciencias exactas, con un grado de complejidad similar al de un título de Ingeniería”, de acuerdo con una página de su biografía en el sitio oficial del gobierno. Sin embargo, el actual currículo de la academia, según una tesis reciente de maestría, no incluye cursos de Física ni Cálculo. Lo que sí incluye son muchas horas de Filosofía, Sociología, Derecho, Geopolítica, Psicología e Historia Militar. Cuando critica a las Humanidades, el presidente socava las disciplinas integrales de su propia educación en las ciencias militares.

Bolsonaro también obtuvo un título en Educación Física de la Escuela de Educación Física del Ejército y después se convirtió en un maestro en el salto de paracaídas, como parte de la brigada de paracaidismo de Río de Janeiro. “Se ganó el primer lugar en una clase de 45 estudiantes en la Escuela de Educación Física del Ejército, así como el primer lugar en el curso autónomo de buceo que ofrece el Grupo de Búsqueda y Rescate del Departamento de Bomberos de Río de Janeiro”, dice el sitio web del gobierno.

No obstante, el presidente prefiere realzar la capacitación práctica que recibió en la academia por encima de esas inútiles clases de Ética o todas esas tonterías del Derecho Penal Militar. En una transmisión de Facebook Live de abril, Bolsonaro alabó un curso de reparación de refrigeradores y televisores que tomó como teniente del ejército hace décadas. “Si practicara esa profesión en la actualidad, ganaría más, mucho más, que la gente con un título universitario”.

Y eso, después de todo, es crucial. El ministro de Educación estuvo de acuerdo y agregó que la meta principal del gobierno es enseñar las habilidades básicas a los niños, como leer, escribir y las matemáticas. Luego enseñarán una actividad que pueda generar ingresos para el estudiante y su familia.

Basta de Filosofía, Sociología, Literatura y las Humanidades. ¿Quién necesita el razonamiento cuando, sin él, nuestros hijos aún pueden crecer para ser los futuros presidentes de Brasil?


Vanessa Barbara es la editora del sitio web literario A Hortaliça, autora de dos novelas y dos libros de no ficción en portugués, y colaboradora de artículos de opinión.