Guia confuso de meditação

Posted: 5th janeiro 2017 by Vanessa Barbara in Caderno 2, O Estado de São Paulo
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O Estado de São Paulo – Caderno 2
12 de dezembro de 2016

por Vanessa Barbara

Odeio meditação guiada sem sininho no final. Você fica “acabou? acabou?” e aí decide espiar o celular, então o sujeito volta a falar com aquela voz de bondade suprema e você se sente meio errada, aí depois acaba de verdade, ninguém te avisa e você fica lá meio tensa sem saber se já pode voltar a nervosar.

Fico imaginando se existe uma meditação específica para lidar com isso. Porque tem de tudo: meditação para aceitar a morte, para liberar frustrações, para o exercício da gentileza, para se conectar com o seu futuro self, para aliviar a dor da solidão, para abrir o terceiro olho, para encontrar o seu propósito, para “abraçar a energia da águia”, para dissolver-se num coração abundante, para conectar-se a um floco de neve; há meditações para se fazer sentado, deitado, andando, almoçando, correndo ou grávida.

No aplicativo Insight Timer, há pelo menos dezesseis meditações guiadas em que você se imagina como uma montanha (sempre fico nervosa porque não me acho uma boa montanha) e inúmeras em que é preciso visualizar seus órgãos internos sorrindo. A mais engraçada que eu fiz, na qual meu duodeno gargalhou à beça, foi um escaneamento corporal da modalidade loving-kindness (compaixão). Durante a prática, me pediram que eu fosse grata ao trabalho duro de meus músculos faciais, e que considerasse o sofrimento de ser um dos meus ombros. Pediram que eu enviasse apreciação à dura tarefa de digerir os alimentos e sentisse compaixão pela minha pélvis.

Não sei se fui um bom ombro nem se agradeci o suficiente, e de novo fiquei insegura.

Um dos momentos mais tensos da meditação é quando está tudo calmo e pacífico, você deitada no chão da sala visualizando um lago cristalino num dia de sol, o ar entrando e saindo dos pulmões, o coração batendo quarenta vezes por minuto, quando de repente vem um espirro. Súbito. Forte. É possível que vários ataques cardíacos fatais tenham sido registrados nesse momento. (Causa mortis: espirrou durante a meditação.) Você se desestrutura inteira e passa o resto da prática com medo de que aconteça de novo. Ainda não encontrei meditações específicas para aceitar a iminência de espirros neste mundo tão repleto de ameaças, mas deve haver.

E soluços: experimente meditar no meio de uma crise de soluços. (Um amigo meu, tradutor conceituado, tem plena convicção de que para curar soluços basta fechar os olhos e visualizar com afinco o seu próprio diafragma, concentrando-se em detalhes como formato, consistência e cor do músculo.)

Há também meditações não guiadas nas quais a pessoa ouve apenas uma música de fundo e os fatídicos sininhos no início e no final, mas essas costumam me deixar ainda mais insegura de minhas habilidades meditativas.

Pensando nessas dificuldades, minha amiga Paula adotou para si a prática da anarcomeditação, que consiste em nunca se sentir errada. Cansou da meditação? Pode dormir. Também é permitido abrir os olhos, coçar o nariz, deitar quando é meditação sentada e levantar no meio da prática porque sentiu cheiro de feijão. A anarcomeditação é parte do próprio mindfulness, que afinal consiste em suspender o julgamento e aceitar o momento presente.

Sugiro aos leitores que, para começar, experimentem uma anarcomeditação guiada em português de Portugal. E que façam questão de imaginar o esôfago sorrindo.

            *

Uma curiosidade: o Insight Timer registra em tempo real quem está meditando e por quanto tempo. A ideia é chegar ao nível de uma certa Megan, de Nova York, que num domingo recente passou 12 horas e 24 minutos meditando, ou abraçando a energia da águia e dissolvendo-se num coração abundante. É isso que eu chamo de dia de maldade.

Píntate las uñas de heteropatriarcado (traducción)

Posted: 7th dezembro 2016 by Vanessa Barbara in Traduções

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The New York Times
1 de deciembre de 2016

by Vanessa Barbara

SÃO PAULO — Nunca he entendido del todo el objetivo de pintarse las uñas, pero de todos modos me sorprende cómo se empeñan las compañías de cosméticos para que esta actividad suene interesante. Desde Rusia a Brasil, muchas mujeres se han enfrentado a la dura decisión de escoger entre colores como “Pétalo de rosa”, “Perla matrimonial” y “Rosa champaña”.

Inventar nombres para los productos es una parte crucial en la industria del esmalte de uñas. En lugar de presentar un nuevo color y asignarle el nombre de su pantone o de su código hexadecimal —“¿Me puedes pasar el frasco de #FF001E, por favor?”—, las compañías bautizan cada tono con adjetivos poéticos como “Cereza oscura”, “Amanecer coral” o “Arena del atardecer”. Hasta ahí, bastante indefensos.

Sin embargo, en mi historia imaginaria de los cosméticos, las empresas terminaron rápido con los nombres de objetos comunes con colores obvios y abrieron el camino para frases simbólicas: “Fiji Weejee beige”, “Conchas de las Seychelles”, “Luna de Bombay”, o “En el Amazonas sin remos”, un rosa con tonos de coral y anaranjado que no tienen ningún sentido para una sudamericana (aunque es mucho mejor que el ofensivo eslogan de la marca OPI: “Bésame, soy brasileña”).

Este sinsentido exótico fue el inicio de una caída a las más oscuras sombras del sexismo y la misoginia que vemos ahora en los anaqueles de los salones de uñas.

En algún momento, a un visionario se le debieron ocurrir estos infames juegos de palabras y ahora son un distintivo de los esmaltes de uñas: “Miami beet” (en lugar de beach), “Hotter Than You Pink” (pink en lugar de think) y “But of Corpse” (corpse en lugar de course… el color es un verde metálico con reflejos dorados que no me recuerda, para nada, a un cadáver). Otros se inclinan hacia el sinsentido: hay un esmalte rojo llamado “Blanca Nieves” y un verde llamado “Solo como ensaladas”. También encontré un morado radiante con brillos dorados llamado “¿Existen las sirenas?”.

Pero después abandonaron la necesidad de ser tiernos. En lugar de escoger “Optimista eterno”, preferiría pintarme las uñas con “Almas destrozadas”, “Me salió una cana” u “Hoy no hice nada”; al menos son frases honestas. Otros tres colores deprimentes que empatan perfectamente con mi alma son “No me cierran los pantalones” de Spoiled, “Tantos payasos… tan poco tiempo” de OPI y “Budista amargo” de Smith&Cult. Eso, en mi opinión, debería ser el límite de la creatividad para los esmaltes de uñas.

No obstante, nada puede contener el entusiasmo de aquellos que bautizan los esmaltes. Hace poco decidieron tomar un camino más arriesgado. Comenzó con adjetivos atrevidos como “Fálico”, “Segunda base”, “Entre las sábanas” y “Orgasmo”. Rápidamente escaló hacia la colección XXX de Naugthy Nailz, que incluía “Sueño orgásmico cremoso” y otros demasiado obscenos para publicarlos.

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En Flushing, Nueva York, Michelle Sun y su prima, Jing Ren, se pintan mutuamente las uñas. Credit: Nicole Bengiveno/The New York Times

Por lo visto hay solo una razón para que una mujer se pinte las uñas: atraer la atención de un hombre bueno y guapo, quizá incluso de un millonario. Así es como llegamos a la resplandeciente edad dorada de nombres misóginos de esmaltes que no nada más son absurdos, sino que refuerzan los estereotipos sexistas.

Sephora de OPI ofrece una colección completa que yo llamo “Tonos chovinistas de invierno”. Incluye un color rojo anaranjado llamado “Perdida sin mi GPS” y uno negro llamado “¿Qué es un gato hidráulico?”. También es responsable del catastrófico “Diosa doméstica”, “Cuántos quilates” y “Nunca hay zapatos suficientes”.

La marca Essie también ya empezó: “Dónde está mi chofer”, “Esposa trofeo” y “Dame un anillo”. China Glaze lanzó “Cacería de hombres”, “Rubia boba” y “Cásate con el millonario”. Deborah Lippmann tiene “Antes de que te sea infiel”. Color Club tiene “Están lloviendo hombres”. Uno de los colores más populares de OPI es un tono de rojo que se llama “En realidad no soy una mesera”. Además, Spoiled tiene un esmalte llamado “La tarjeta de papi”.

El año pasado, una de las marcas más importantes de esmalte para uñas de Brasil decidió contribuir con el movimiento global antifeminista de los nombres de esmaltes de uñas. La colección se llama “Hombres que amamos” y es de tan mal gusto que puede competir con las marcas mundiales más famosas: celebra las grandes hazañas de nuestros heroicos esposos y novios. Hay un tono de anaranjado brillante llamado “André preparó la cena”, un morado llamado “Leo me mandó flores”, un gris oscuro llamado “Zeca me invitó a salir” y un plateado: “¡¡Guto me pidió matrimonio!!” (sí, con dos signos de admiración). El eslogan de la colección es: “El tema número 1 de nuestras conversaciones”, el cual es, por supuesto, los hombres, “en seis colores que darán de qué hablar”.

Después de décadas de investigación, al parecer los diseñadores de esmalte para uñas han llegado a una conclusión decimonónica: las mujeres son vanidosas, criaturas soñadoras con un sentido del humor débil y sin habilidad para darse cuenta de que son manipuladas. Nuestra vida está enteramente dedicada a los hombres. Necesitamos conseguir un hombre tan desesperadamente que ponemos todas nuestras esperanzas en un frasquito costoso con una poción brillante y mágica que la manicurista aplica mientras pronuncia un hechizo de amor. Si escogemos un “Tengo una relación” o “Final feliz” en lugar de un simple “Anaranjado anaranjado”, quizá tengamos suerte por la noche.

Con espíritu generoso, mis amigas han sugerido rápidamente otros nombres para la colección Hombres que Amamos. Para la siguiente temporada, la marca podría usar nombres como “Aleluya, Carlos lavó su ropa interior”, “Pedro reconoció a su hijo”, “Lucio pagó la pensión” y, finalmente, “João no me pegó hoy (y seguramente me lo merecía)”.


Vanessa Barbara é cronista do jornal O Estado de São Paulo, editora do site literário A Hortaliça e colunista de opinião do INYT.

Este texto foi publicado em inglês na página A9 do The New York Times do dia 25 de novembro de 2016, com o título: Paint your nails with patriarchy!.

O Estado de São Paulo – Caderno 2
5 de dezembro de 2016

por Vanessa Barbara

Sempre que tento fazer meditação, lembro do relato da minha amiga Daniela Kopsch. Foi assim o primeiro dia dela na ioga:

“Essa professora me lembra alguém.”
“Coceira no nariz.”
“Será que descobriram alguma coisa sobre o avião da Malásia?”
“Quando chegar em casa tenho que lavar a louça.”
“Era pra doer desse jeito?”
“Pôr do sol.”
“Meus joelhos são muito tortos. Com certeza eu tenho má formação óssea.”
“Será que eu deixo a louça pra amanhã de manhã?”
“Só eu não estou fazendo barulho pra respirar. Tô fazendo errado.”
“Vai ver eles estão gripados.”
“Ainda bem que não tem incenso.”
“Oceano.”
 “Com certeza vou deixar a louça pra amanhã.”
“Vou imitar a respiração dessa mulher.”
“Já sei! A professora parece a irmã do Tony Soprano.”
“Isso não é meditação nem ferrando.”

       *

Tempos atrás, por puro interesse jornalístico, e não porque minha ansiedade atingiu o nível de um gato andando numa sala cheia de cadeiras de balanço, resolvi tentar a última palavra em meditação: o mindfulness, ou atenção plena, originalmente um conceito da meditação budista, mas que foi incorporado a formas modernas de psicoterapia.

Já digo de antemão que é um exercício interessante, no qual você passa 80% do tempo acreditando firmemente que está fazendo tudo errado, outros 10% tentando lembrar onde guardou os seus óculos de natação e o restante sentindo tédio. Nem é preciso dizer que recomendo vivamente.

Consiste em prestar atenção nas experiências internas e externas que se passam no momento presente, numa atitude de aceitação, sem julgamentos. O exemplo clássico é se concentrar na própria respiração, no ar entrando e saindo, e para esse ponto retornar toda vez que o pensamento fugir – o que deve acontecer cerca de 73 vezes por minuto. A pessoa também pode focar nas sensações de cada parte do corpo, fazendo um escaneamento corporal. E daí estender a técnica para atividades do cotidiano, como faxinar a casa e fazer xixi com atenção plena.

A técnica está sendo empregada como auxiliar no tratamento de depressão, ansiedade, dependência química e dor crônica.

Comecei com o ótimo aplicativo Headspace, que traz meditações guiadas para iniciantes, em inglês. Há um período de testes gratuito com dez sessões de dez minutos. Depois de completá-las, o usuário passa para outros níveis com sessões de quinze e vinte minutos de duração. Além disso, há séries específicas para criatividade, concentração, equilíbrio e relacionamentos, em meditações guiadas que podem durar de dois a sessenta minutos. O preço da mensalidade é 13 dólares, com a opção de adquirir um curioso “passe para a vida toda” a módicos 419,95 dólares.

Outro aplicativo popular é o Calm, também em inglês, que traz algumas meditações gratuitas e inúmeros pacotes pagos voltados ao controle de ansiedade, insônia e melhora da concentração, entre outros. Mas meu favorito atualmente é o Insight Timer, que é gratuito e possui 3 mil meditações guiadas, a maioria em inglês. (Há 24 em português: é só filtrar por idioma na ferramenta de busca.)

No YouTube também existem opções em nosso idioma e em português de Portugal (recomendo, são engraçadas).

A prática já está sendo adotada em vários hospitais e também é ministrada em entidades privadas como o Centro Paulista de Mindfulness (cursos pagos) e o Meditação SP (gratuitos). Também o Centro Mente Aberta, no campus Santo Amaro da Universidade Federal de São Paulo (UNIFESP), está fazendo no momento uma triagem para pacientes do SUS que queiram participar dos grupos que começam em janeiro (mais informações por e-mail: ambusaude@gmail.com).

Sugiro experimentar só para se assustar com a quantidade de pensamentos aleatórios entupindo o cérebro – e talvez para encontrar seus óculos de natação.

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Dan Woodger

The New York Times
24 de novembro de 2016

por Vanessa Barbara
Contributing Op-Ed Writer

SÃO PAULO, Brasil — Nunca entendi muito bem o sentido de pintar meticulosamente as unhas, mas, ainda assim, fico surpresa de ver como as empresas de cosméticos trabalham para fazer a tarefa soar interessante. Da Rússia ao Brasil, muitas mulheres já enfrentaram escolhas difíceis entre cores como “Rose Petal” [Pétala de Rosa], “Wedding Pearl” [Pérola de Casamento] e “Pink Champagne” [Rosa Champanhe].

Dar nomes criativos aos produtos é parte crucial da indústria de esmaltes. Em vez de criar uma nova cor e chamá-la pelo seu Pantone ou código hexadecimal – você pode me passar esse vidro de #FF001E, por favor? –, as empresas costumam batizar cada novo tom com um nome poético como “Dark Cherry” [Cereja Escura], “Coral Sunset” [Pôr do Sol Coral], “Evening Sand” [Areia Noturna] ou “Coney Island Cotton Candy” [Algodão-Doce de Coney Island]. Até aqui, bastante inofensivo.

Contudo, na minha história imaginária dos cosméticos, as empresas rapidamente esgotaram a lista de objetos comuns com cores discerníveis, abrindo caminho para uma fase mais simbolista: “Fiji Weejee Fawn” [algo como Bege Fiji Ouija], “Seychelles Seashells” [Conchas de Seychelles], “Moon Over Mumbai” [Lua Sobre Mumbai] ou “Up the Amazon Without a Paddle” [Rio Amazonas Acima Sem um Remo], um tom de rosa com matizes coral e laranja que não faz o menor sentido para um sul-americano. (Embora seja bem melhor do que o esmalte da OPI “Kiss Me, I’m Brazilian” [Me Beije, Sou Brasileira], que é ofensivo.)

Esse nonsense exótico foi o começo da descida rumo aos tons mais escuros de sexismo e misoginia que vemos hoje nas estantes de esmalte do salão de beleza.

Eventualmente um visionário deve ter introduzido os trocadilhos infames, hoje uma marca registrada dos esmaltes: “Miami Beet” [trocadilho com beterrabas], “Hotter Than You Pink” [trocadilho com a cor rosa], “Baby, It’s Coal Outside!” [trocadilho com carvão], “I Have a Herring Problem” [trocadilho com arenque], um tom de azul-aço opaco com um pouco de brilho, e “But Of Corpse” [trocadilho com cadáveres], uma base verde metálica com um brilho dourado que não me lembra em nada um cadáver. Outros deram uma guinada para o nonsense: há um tom de vermelho chamado “Snow White” [Branca de Neve] e um verde chamado “I Only Eat Salads” [Eu Só Como Salada]. Também encontrei um roxo vivo com cintilante dourado chamado “Are Mermaids Real?” [As Sereias Existem?].

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Em Flushing, Nova York, Michelle Sun e sua prima, Jing Ren, pintam as unhas uma da outra. Créditos: Nicole Bengiveno/The New York Times

 

Mais tarde, eles abandonaram a necessidade de ser afável. Em vez de escolher “Eternal Optimist” [Eterno Otimista], eu certamente preferiria pintar minhas unhas com “Shattered Souls” [Almas Despedaçadas], “Gone Grey” [Acinzentei] ou “Today I Accomplished Zero” [Hoje Eu Não Conquistei Nada] – pelo menos são honestos. Três outras cores depressivas que combinam perfeitamente com a minha alma são a da Spoiled “My Button Fell Off” [Caiu Meu Botão], a da OPI “So Many Clows… So Little Time” [Tantos Palhaços… Tão Pouco Tempo] e a da Smith & Cult “Bitter Buddhist” [Budista Amargo]. E isso, na minha opinião, devia ser o suficiente quando se trata de criatividade em esmaltes.

Mas nada pode conter o entusiasmo dos nomeadores de esmaltes, que recentemente decidiram tomar um caminho mais perigoso. Tudo começou com nomes mais grosseiros como “Phallic” [Fálico], “Second Base” [Segunda Base], “Between the Sheets” [Entre os Lençóis] e “Orgasm” [Orgasmo]. Depois rapidamente escalonou para a coleção XXX da Naughty Nailz, que inclui “Creamy Climax Dream” [Sonho de Clímax Cremoso] e tantos outros explícitos demais para publicar.

Esses novos nomes parecem sugerir que há apenas um motivo para uma mulher pintar as unhas: atrair a atenção de um bom e belo homem – talvez milionário. É assim que chegamos a nossa brilhante e dourada era de nomes misóginos de esmalte que não são apenas tolos, mas também reforçam estereótipos sexistas.

A Sephora by OPI lançou uma coleção inteira que eu pessoalmente chamo de “Tons Chauvinistas de Inverno”. Inclui uma cor vermelho-alaranjada chamada “Lost Without My GPS” [Perdida Sem Meu GPS] e um tom preto vivo de nome “What’s A Tire Jack?” [O Que É Um Pneu, Jack?]. A marca também é responsável pelos ultrajantes e catastróficos “Domestic Goddess” [Deusa do Lar], “Iris I Was Thinner” [um trocadilho com o desejo de ser mais magra], “How Many Carats” [Quantos Quilates?], “I’m With Brad” [Estou com o Brad] e “Never Enough Shoes” [Nunca Há Sapatos o Bastante].

Mas eles não estão sozinhos: a marca Essie lançou “No Pre-Nup” [Sem Acordo Pré-Nupcial], “Where’s My Chauffeur” [Onde Está Meu Motorista], “Trophy Wife” [Esposa-Troféu] e “Show Me the Ring” [Me Mostre a Aliança]. A empresa China Glaze vende as cores “Man Hunt” [Caça-Homens], “Limbo Bimbo” [algo como Vadia do Limbo] e “Marry a Millionaire” [Case-se com um Milionário]. A marca Deborah Lippmann tem “Before He Cheats” [Antes Que Ele Traia]. Já a Color Club faz “It’s Raining Men” [Está Chovendo Homem]. Uma das cores mais populares da OPI é um tom de vermelho que eles intitularam “I’m Not Really a Waitress” [Não Sou Exatamente uma Garçonete]. E a Spoiled tem um esmalte chamado “Daddy’s Credit Card” [O Cartão de Crédito do Papai].

Ano passado, uma das marcas de esmalte mais vendidas no Brasil decidiu contribuir para o movimento global anti-feminista dos nomes de esmaltes. A coleção foi chamada “Os Homens Que Amamos” e é desagradável o suficiente para competir com as marcas mais famosas do mundo: ela celebra os grandes atos de nossos heroicos namorados e maridos. Há um tom laranja vivo chamado “André Fez o Jantar”, um roxo de nome “Leo mandou flores”, um cinza escuro chamado “Zeca Chamou Para Sair” e um prateado de nome “Guto Fez o Pedido!!” (com dois pontos de exclamação). O slogan da coleção é: “O assunto número 1 das nossas conversas”, claro, os homens, “em 6 cores que vão dar o que falar”.

Após décadas de pesquisas, os designers de esmaltes aparentemente chegaram a essa conclusão do século XIX: mulheres são criaturas fúteis e sonhadoras com um senso de humor fraco e nenhuma habilidade para perceber que estão sendo manipuladas. Nossa vida é inteiramente devotada aos homens. Precisamos segurar um homem tão desesperadamente que apostamos todas as nossas fichas em um vidro caro de uma poção mágica cintilante que nossas manicures aplicam enquanto lançam um feitiço vudu de amor. Se escolhermos “Romantically Involved” [Romanticamente Envolvida] ou “Happy Ending” [Final Feliz], em vez de “Orange Orange” [Laranja Laranja], talvez nós tenhamos sorte hoje à noite.

No espírito da doação, minhas amigas prontamente trouxeram outras sugestões para a coleção Homens Que Amamos. Para a próxima temporada, a marca poderia lançar “Carlos Lavou as Próprias Cuecas, Aleluia!”, “Pedro Reconheceu a Paternidade da Criança”, “Lucio Pagou a Pensão” e por último, mas não menos importante, “João Não Me Bateu Hoje (e Eu Certamente Mereci)”.


Vanessa Barbara é cronista do jornal O Estado de São Paulo, editora do site literário A Hortaliça e colunista de opinião do INYT.

Este texto foi publicado em inglês na página A9 do The New York Times do dia 25 de novembro de 2016, com o título: Paint your nails with patriarchy!. Tradução da autora.

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The New York Times
November 24th, 2016

by Vanessa Barbara
Contributing Op-Ed Writer

SÃO PAULO, Brazil — I’ve never really understood the point of meticulously painting your nails, but even so, I’m surprised by how hard cosmetic companies work to make it sound interesting. From Russia to Brazil, many women have faced tough choices between colors like “Rose Petal,” “Wedding Pearl” and “Pink Champagne.”

Creatively naming products is a crucial part of the nail polish industry. Instead of introducing a new color and calling it by its Pantone or hexadecimal code — “Could you pass me that bottle of #FF001E, please?” — companies baptize each shade with a poetic epithet, like “Dark Cherry,” “Coral Sunset,” “Evening Sand” or “Coney Island Cotton Candy.” So far, pretty harmless.

However, in my imaginary history of cosmetics, the companies quickly exhausted their lists of common objects with discernible colors, opening the way for a symbolist phase: “Fiji Weejee Fawn,” “Seychelles Seashells,” “Moon Over Mumbai,” or “Up the Amazon Without a Paddle,” a pink with coral and orange undertones that doesn’t make any sense for a South American. (Although it’s far better than OPI’s “Kiss Me, I’m Brazilian,” which is insulting.)

This exotic nonsense was the beginning of a descent to the darkest shades of sexism and misogyny that we see nowadays on the display racks of the nail salon.

Eventually, a visionary must have introduced the infamous puns, now a trademark of nail polishes: “Miami Beet,” “Hotter Than You Pink,” “Baby, It’s Coal Outside!,” “I Have a Herring Problem” (a dusty steel blue with a hint of sparkle) and “But of Corpse” (a green metallic base with a golden shimmer that doesn’t remind me, at least, of a dead body). Others veered toward nonsense: There is a red shade called “Snow White,” and a green one named “I Only Eat Salads.” I also found a bright purple with gold shimmer called “Are Mermaids Real?”

In Flushing, N.Y., Michelle Sun and her cousin, Jing Ren, do each other’s nails. Credit: Nicole Bengiveno/The New York Times

In Flushing, N.Y., Michelle Sun and her cousin, Jing Ren, do each other’s nails. Credit: Nicole Bengiveno/The New York Times

But later they abandoned the need to be cute. Instead of choosing “Eternal Optimist,” I’d prefer to paint my nails with “Shattered Souls,” “Gone Grey” or “Today I Accomplished Zero” — at least they’re honest. Three other depressive colors that perfectly match my soul are Spoiled’s “My Button Fell Off,” OPI’s “So Many Clowns … So Little Time” and Smith & Cult’s “Bitter Buddhist.” And that, in my opinion, should be enough when it comes to nail polish creativity.

But nothing could restrain the enthusiasm of the nail polish namers, who recently decided to take a more dangerous route. It began with raunchier epithets such as “Phallic,” “Second Base,” “Between the Sheets” and “Orgasm.” Then it quickly escalated to Naughty Nailz’s XXX collection, which includes “Creamy Climax Dream” and a host of others, too naughty to print.

What those new names seem to imply is that there’s only one reason for a woman to paint her nails: grabbing the attention of a good, handsome man — maybe even a millionaire. That’s how we arrived in our glittery golden age of misogynist nail polish names that are not only silly, but also reinforce sexist stereotypes.

Sephora by OPI is offering a whole collection that I personally call “Chauvinist Shades of Winter.” It includes an orange-red color called “Lost Without My GPS” and a deep black one named “What’s a Tire Jack?” It was also responsible for the outrageously catastrophic “Domestic Goddess,” “Iris I Was Thinner,” “How Many Carats,” “I’m With Brad” and “Never Enough Shoes.”

But they are not alone: The brand Essie has started “No Pre-Nup,” “Where’s My Chauffeur,” “Trophy Wife” and “Show Me the Ring.” China Glaze has released “Man Hunt,” “Limbo Bimbo” and “Marry a Millionaire.” Deborah Lippmann has “Before He Cheats.” Color Club makes “It’s Raining Men.” One of OPI’s most popular colors is a shade of red that they have called “I’m Not Really a Waitress.” And Spoiled has a nail polish named “Daddy’s Credit Card.”

Last year, one of the top-selling nail polish brands in Brazil decided to contribute to the anti-feminist global movement in nail polish names. The collection is called “Homens Que Amamos” (Men We Love), and it’s distasteful enough to compete with the world’s most famous brands: It celebrates the great deeds of our heroic husbands and boyfriends. There’s a bright orange shade called “André Has Made Our Dinner,” a purple one named “Leo Has Sent Me Flowers,” a dark gray one called “Zeca Has Asked Me Out” and a silver one named “Guto Has Proposed to Me!!” (with two exclamation points). The collection’s slogan is: “The No. 1 topic of our conversations,” which is, of course, men, “in six colors that will set tongues wagging.”

After decades of research, nail polish designers have apparently come to this 19th-century conclusion: Women are vain, daydreaming creatures with a weak sense of humor and no ability to perceive that they’re being manipulated. Our life is entirely devoted to men. We need to hold a guy so desperately that we put all of our efforts in one pricey bottle of a sparkling magic potion that our manicurist applies while casting a voodoo love spell. If we choose “Romantically Involved” or “Happy Ending,” instead of a mere “Orange Orange,” maybe we’ll get lucky tonight.

In the spirit of giving, my friends have promptly brought in other suggestions of names for the Men We Love collection. For the next season, the brand could go with “Carlos Has Washed His Own Underwear, Hallelujah,” “Pedro Has Recognized His Child,” “Lucio Has Paid His Alimony” and, last but not least, “João Didn’t Hit Me Today (and I Surely Deserved It).”


Contém: tolice exacerbada

Posted: 1st dezembro 2016 by Vanessa Barbara in Caderno 2, Crônicas, O Estado de São Paulo

O Estado de São Paulo – Caderno 2
28 de novembro de 2016

por Vanessa Barbara

Na semana passada falei do meu apreço pelas videolocadoras, mas esqueci de mencionar um de meus passatempos favoritos nesses locais: o de espiar a contracapa dos DVDs e apreciar as linhas miúdas da classificação indicativa dos filmes. Junto com a faixa etária, há sempre dois itens muito proveitosos: a descrição do tema e do conteúdo.

Por exemplo: o tema de Gremlins (1984) é “estranhas criaturas que se transformam em seres diabólicos”. O do musical My Fair Lady (1964), com Audrey Hepburn, é “ascensão social”. Sobre A Viagem (2012), o tema é “experiência de vida”, e o de O Exterminador do Futuro (quadrilogia), é “sobrevivência da raça humana”. Dá para ficar imaginando que tipo de drogas estava consumindo o responsável pela classificação. Sobre o filme de Billy Wilder O Pecado Mora ao Lado (1955), o mote é “desejo reprimido”, e o de Piratas do Caribe (2003) é “caça ao tesouro”. Alguns são bem diretos: o filme soviético A mãe (1989) fala de “luta de classes”.

O tema de Império dos Sonhos (2006) é “conflito de identidade”, e a fita contém “exposição de cadáveres”. A inocente série Gilmore Girls (2000) inclui “conflitos”, e o filme Todos os Homens do Presidente (1976) contém “desvirtuamento moderado dos valores éticos”.

Já a série Prison Break (2005) traz o tema “fuga” e uma enormidade de advertências de conteúdo: “assassinato, tortura, mutilação, suicídio, enforcamento, sequestro, agressão física, agressão verbal, ocultação de cadáver, apologia a drogas, linguagem obscena, insinuação de sexo, erotismo, carícias, assédio sexual a menor, consumo de álcool por adulto”. (Destaque para “carícias”.)

Confesso que não entendi por que o tema de O Jogo da Imitação (2015), um filme sobre a saga do matemático britânico Alan Turing para decifrar a chave da criptografia nazista, é simplesmente “terror”. Mas acho graça de que Tarzan e as Sereias (1948) é sobre “contrabando”, e que O Rei da Polícia Montada (1940) é sobre “luta contra o mal”.

Só não sei se foi uma boa ideia estabelecer “viagem no tempo” como tema de O Planeta dos Macacos (1968), mas quem sou eu para reclamar de spoilers.

A despeito de meu monumental desprezo pelo catálogo da Netflix, também é possível se divertir moderadamente com a advertência de certos filmes – não são todos que trazem tal informação. Manhattan (1979) contém “conflitos psicológicos atenuados”, e Gandhi (1982), vejam só, tem “agressão física e homicídio”. Vários possuem “tema impróprio”, como o faroeste Por uns Dólares a Mais (1965) e Wall Street: Poder e Cobiça (1987).

Quentin Tarantino é só diversão na área de advertências: Bastardos Inglórios (2009) tem “homicídio, crueldade, mutilação”, Django Livre (2012) contém violência extrema, Cães de Aluguel (1992) apresenta “violência pesada, linguagem imprópria”.

Uma das características da Netflix é a descrição kitsch do teor de seus filmes, bem própria de uma empresa que usa algoritmos para identificar o gosto dos usuários e até para produzir novos conteúdos. O site não só descreve o gênero da fita, mas determina o espírito das cenas, que podem ser: inspiradoras, emocionantes, empolgantes, alto-astral, espirituosas, românticas, irreverentes, despretensiosas, provocativas, arrepiantes e visionárias.

Annie Hall (1977) tem cenas e momentos “pouco convencionais, complexos”, ao passo que em StarWars (1977) eles são “criativos”. No caso de Assassinos por Natureza (1994), são “controversos”. O espectador em busca de emoções prontas pode, por exemplo, clicar em Pulp Fiction (1994) e obter cenas “empolgantes, tensas, filmes excêntricos”. (?) Fico imaginando que derrota para o cinema é ter um usuário decidindo que hoje é dia de assistir a um “filme para chorar”.

Mas meu tema favorito está na contracapa do DVD de O Discreto Charme da Burguesia (1972): é “jantar surreal”.

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O Estado de São Paulo – Caderno 2
21 de novembro de 2016

por Vanessa Barbara

Sinto falta das videolocadoras, que praticamente já não existem. Um dos meus esportes favoritos nos anos 90 e 2000 era descobrir um estabelecimento bem escondido e passar horas garimpando filmes antigos do acervo, pagando pela locação a módica quantia de R$ 1,00 ou, no máximo, R$ 2,50. Lembro de uma videolocadora em Santa Cecília que entregava em casa, e de uma outra que tinha convênio com uma pizzaria e usava o motoboy desta para vender um combo de calabresa e Por um Punhado de Dólares. Eu elaborava listas enormes dos títulos do acervo que queria alugar e depois telefonava pedindo umas sete fitas para devolver só depois do feriado.

Lembro de alugar orgulhosamente uma cópia em VHS de Momo e o Senhor do Tempo – junto com duas fitas do Elvis – numa locadora no Bom Retiro que também era salão de beleza, e de participar da promoção “alugue três filmes do catálogo e ganhe um design de sobrancelha”. Lembro de pegar emprestada uma cópia de A Noite Americana, do Truffaut, estranhamente dublada em inglês, e de perguntar na Blockbuster se havia Todos os Homens do Presidente, recebendo como resposta: “Não seria Todas as Garotas do Presidente?”.

Minhas preferidas eram a HM de Higienópolis, com seu bonito acervo de musicais tolos, e a 2001 da Paulista. Na Faculdade Cásper Líbero também havia uma biblioteca que emprestava filmes aos alunos, e eu sempre entupia a mochila de fitas clássicas e apitava loucamente ao passar pelo detector da porta, para desespero das bibliotecárias que nunca sabiam bem como registrar tais empréstimos. Houve uma época em que eu só frequentava a faculdade para pegar novos filmes.

Cheguei a mandar meu currículo para trabalhar na 2001, mas não me aceitaram. Meu modelo de vida era um amigo atendente de uma locadora em Blumenau; o salário era ultrajante, mas ele podia levar para casa quantos filmes quisesse. Na locadora, a gente se divertia tentando adivinhar os filmes que os clientes procuravam, tipo “um que começa com o mocinho indo almoçar e a repartição inteira sendo metralhada, com aquele ator que fez aquele outro filme lá”.

Nunca gostei da Netflix, que em matéria de clássicos não é páreo nem para a finada Pacheco’s Vídeo, um lugarzinho escuro no Lauzane cuja atendente nunca se conformou que o Montgomery Clift era homossexual.

Na Netflix, você digita Catch-22 e recebe como resultado Catch 44, um suspense policial de 2011 com o Bruce Willis; bota na busca “irmãos Marx” e recebe Marco Polo (2016), Miss Março (2009) e Marco Macaco (2012). Só há três filmes do Hitchcock, dois do Billy Wilder, dois do Kubrick um do Orson Welles, nenhum do Kurosawa ou do Truffaut. (Há seis do Judd Apatow.)

Jamais conseguiria respeitar uma videolocadora, online ou não, que não tenha no acervo uma boa cópia carcomida de Momo e o Senhor do Tempo.

Grupo de controle

Posted: 15th novembro 2016 by Vanessa Barbara in Caderno 2, Crônicas, O Estado de São Paulo

O Estado de São Paulo – Caderno 2
14 de novembro de 2016

por Vanessa Barbara

Há sempre aquele momento na vida em que você, que foi aceita num protocolo de pesquisa experimental de um grande hospital paulistano, tem que se deparar com a desagradável descoberta de que caiu no grupo de controle.

Aos que não estão familiarizados com o excitante mundo da pesquisa científica, um grupo de controle consiste naquele conjunto de infelizes que não receberão o tratamento que é foco do estudo, mas que não foram informados deste pormenor. Serve sobretudo como referência para a medição da eficácia do fator testado no grupo “de verdade”. Em suma, é o conjunto de pobres-diabos que toma a pílula de açúcar e recebe uns passes de vapores místicos de cânfora que teoricamente seriam eficazes em realinhar os chacras do duodeno, enquanto os sortudos tomam antibiótico.

Sei que o grupo de controle é parte indissociável dos protocolos experimentais e que, sem ele, não teríamos como saber se o antibiótico tem o mesmo efeito da cânfora espiritual, mas, ainda assim, ninguém pensa com carinho em nós, os cavaleiros do desprendimento, mártires da ciência moderna, aos quais não resta nem o tênue alívio da possibilidade de ser curado. Apenas continuamos comparecendo às reuniões e preenchendo questionários com resignação e um certo senso de dever cívico similar ao de um mesário anarquista.

Não é que eu esteja me queixando, pois sei que, em última instância, todos pertencemos a um grupo de controle cósmico que um Deus empirista estabeleceu sobre a Terra. Tenho plena convicção de que, em algum lugar, existe um outro planeta com uma população estatisticamente idêntica à nossa, pelo menos em sua forma original (digamos, um Adão e uma Eva, ou uma série de chimpanzés bem-dispostos), à qual está sendo aplicado um tratamento existencial de primeira linha. Por exemplo: o grupo de verdade é exatamente igual ao nosso, só que com mais cachorros, e ele está submetido a uma ordem perfeita e ao benevolente desígnio divino em questões de vida ou morte. O grupo de controle ficou com o livre-arbítrio. (Deu no que deu.)

Por outro lado, é bem possível que o tratamento em si não dê resultados e que nesse outro mundo também existam Donald Trump e pochetes, mas uma das particularidades de pertencer ao grupo de controle é necessariamente invejar a grama do vizinho e ficar se culpando por não ter caído com a turma certa. No caso da pesquisa do hospital, eu aposto que no grupo de verdade eles têm bolo, e que o coordenador está a essa altura ensinando passos de sapateado por absoluta falta do que fazer, já que a completa remissão dos sintomas foi alcançada na totalidade dos pacientes desde a segunda sessão.

Nós, do grupo de controle, já planejamos um motim para invadir a sala oito e clamar por justiça. Ou pelo menos por uma fatia de bolo.

O Estado de São Paulo – Caderno 2
7 de novembro de 2016

por Vanessa Barbara

Eu sou o tipo de pessoa que cobre a câmera do computador para não ser alvo de vigilância da NSA. O tipo de pessoa que criptografa o conteúdo do micro-ondas, que bota senha de 16 dígitos no celular e mete o aparelho na geladeira quando quer ter uma conversa séria sobre iogurtes.

O tipo de pessoa que gosta do Charles Bovary e sabe que o lugar da Ilsa é mesmo com o Victor Laslzo. Que discorda do padre na missa e que vai à redação do New York Times se queixar com o chefe de que a Broadway não tem mais sapateado. (O tipo de ser humano que valoriza um bom número de sapateado.)

O tipo de pessoa que, num jantar com o Departamento de Turismo da Nova Zelândia, engata num monólogo confuso sobre países antípodas – e todo mundo fica com pena.

Que procura no Google “como perder o medo de morrer”.

Que puxa para empurrar e empurra para puxar.

O tipo de gente que vê uma minissérie documental de sete horas sobre o caso O. J. Simpson (recomendo, é da ESPN Films) e emenda com um documentário do Ken Burns sobre os cinco do Central Park.

Que vai tomar sol na varanda assistindo a TV Câmara e comendo melancia.

Que resgata cães na rua e surta porque acha que é responsabilidade demais, então consegue um adotante e morre de saudades. Que acolhe um poodle idoso porque ele também é deprimido e tenta pedir a opinião dele sobre uma coluna (ele prefere com molho).

O tipo de pessoa que todo mundo pensa que é estagiária e ninguém leva a sério, mas que em silêncio tem planos de dominação do mundo e quase descobriu para que serve tudo isso que está aí (tem a ver com tartarugas), e vocês vão ver só quando as máscaras começarem a cair.

O tipo de pessoa que nunca captou o que o autor quis dizer, mesmo que ela mesma seja a autora.

O tipo de pessoa que não tem ideia do que está fazendo, mas sabe que está ficando bonito.

O tipo de pessoa que só entende quando tem historinha.

Que espirra toda vez que come mousse de chocolate e que, se estivesse no Juízo Final, diante de um Deus onisciente, a única pergunta que teria a fazer é relativa a girafas. O tipo de pessoa que não tem senso de prioridade.

O tipo de gente que adora supermercado e papelaria, que antropomorfiza o panetone e fica com pena quando ele não está sendo comido, e que chora quando um coelhinho morre num conto do Raymond Carver.

Que passa nos pés um creme para as mãos e toma Naldecon Dia durante a noite. Que acha que ser corajosa é o melhor elogio, mas se esconde no banheiro com alarmante frequência. Que confunde RuPaul com Ron Paul e achou o máximo que uma drag queen estivesse concorrendo para presidente – só meio estranho que fosse no Partido Republicano.

Que vive perdendo o fio da meada e esquecendo de prestar atenção. Que pede desculpas para a impressora e se sente culpada quando tromba na rua com uma lixeira.

Esse tipo de pessoa.

O Dilema da Depiladora

Posted: 1st novembro 2016 by Vanessa Barbara in Caderno 2, Crônicas, O Estado de São Paulo
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O Estado de São Paulo – Caderno 2
31 de outubro de 2016

por Vanessa Barbara

Meses atrás, uma amiga compartilhou nas redes sociais uma de suas maiores angústias: “Se eu fizer um bolo e for levar para a minha depiladora Selma, estarei sendo fofa ou um pouco assustadora?”, perguntou, aflita. No mesmo post, ela explicou que nutria um afeto significativo por Selma, mas tinha medo de soar psicopata porque elas se viam apenas uma vez por mês. Preparar um quitute especialmente para ela poderia soar “como se eu estivesse querendo forçar uma amizade que só existe na minha cabeça”.

Ingrid pediu a validação dos amigos, que se pronunciaram em sua maioria pelo merecimento da depiladora. Uma delas até se prontificou a buscá-la na delegacia, na eventualidade de Selma resolver prestar queixa. Outro, mais prudente, sugeriu que ela começasse com um cupcake.

No fim das contas, Ingrid assou um bolo formigueiro, mas, num ímpeto de covardia, cortou apenas um pedaço, que botou numa tigela e levou de presente. Selma pareceu apreciar o quitute. Até o momento não houve represálias ou a ocorrência súbita de pelos encravados.

O saldo positivo deste exemplo particular do Dilema da Depiladora não lhe diminui a complexidade nos âmbitos moral, existencial e psiquiátrico. Até onde é permitido demonstrar afeto a alguém a quem pouco se conhece, mas que ganhou seu coração pela habilidade no manejo da cera quente? É anormal nutrir amizades platônicas? Qual a linha divisória entre fofura e psicopatia?

Costumo me deparar com esse dilema constantemente.

Tomem como exemplo o Julio, por quem passei a nutrir sentimentos de descomedido afeto desde que ele adotou a Frida, uma adorável cachorra que resgatei na rua (cf. crônica de 26/03/16, “Tá com pena? Leva pra casa!”). Já fui visitá-los várias vezes e pensei em convidá-los para o meu casamento, embora pessoas de meu convívio tenham sugerido que, no mundo real, Julio e Frida não são propriamente meus amigos íntimos. Acrescente-se como agravante que eu nem fiz uma festa de casamento, mas estive cogitando mudar de ideia só para poder convidá-los. Imagino os dois constrangidos num salão vazio diante de uma banda de grindcore chamada Caninus e um rodízio de frango, e eu me esforçando para não ficar eufórica.

Além disso, comprei há pouco um cacto de crochê com as feições da artista mexicana (uma Fridinha Kahcto) só como desculpa para uma nova visita. Temo, porém, acabar ocasionando a troca da fechadura da casa. (Vocês achariam muito psicopata se eu começasse a procurar um apartamento em Pinheiros?)

Outras pessoas por quem tenho sérias dificuldades em equilibrar proximidade efetiva e demonstração de afeto são: os porteiros do meu prédio, o meu psiquiatra, a minha professora de dança, o Luis Fernando Verissimo e o cão Paçoca.

Todos os dias aguardo a chegada de um oficial de justiça com uma ordem de restrição. Enquanto isso não acontece, continuo exagerando nos cactos de crochê.